jueves, 4 de diciembre de 2014

De pueblerinos a citadinos insensibles y luego...

La dinámica de las poblaciones en su afán por alcanzar la modernidad a través de la industrialización, modificó sus hábitos reflejándose en una desestabilización en el consumo y en la vida cotidiana. La expresión de estos cambios fue reflejada en fotografías, libros, obras de teatro y el cine. 
Los hermanos Lumiere en 1895 fueron los primeros en mostrarnos los primeros indicios de lo que cine sería, las imágenes principalmente mostraban escenas urbanas muy simples, posteriormente aparecieron las llamadas sinfonías urbanas las cuales incorporaban mayor detalle y sonido. 
Desde entonces la ciudad resulta ser el escenario en donde se suscitan las distintas historias, el cine desempeñó un papel fundamental en la preparación y la transformación del hombre en un ser urbanizado y sofisticado que debía habitar la metrópoli,  listo para lidiar con los múltiples estímulos de la vida moderna, el cine trata de sensibilizar con nuevos sonidos y sensaciones que lo ayudan a desarrollar aptitudes para lograr la transición hacia ese deber ser. 
Al haber logrado la sensibilización, el individuo metropolitano moderno tiene que desarrollar un mecanismo de defensa contra la sobre estimulación de la vida de la ciudad, por lo que surge la indiferencia, un comportamiento muy asociado con el entendimiento de lo que sucede, la creación de una persona de ciudad, sofisticada, refinada y educada, pero insensible, George Simmel en su libro la Metrópolis y la vida mental, la acuña como la actitud blasé, Jonathan Crary  retoma éstas cuestiones adaptándolo a los múltiples estímulos de la vida moderna, comienza a visualizar una distracción muy fuerte generando que los habitantes de la ciudad sufran de un entendimiento y una visión cada vez más subjetiva de las cosas, cambiando la percepción de la gente y motivando a transformar su entorno. 
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El cine es el vehículo que nos permite cambiar nuestra visión de lo que ocurre nos aleja de la actitud blasé, en ese ambiente es permitido y deseable, el preocuparse por los personajes que aparecen en la pantalla, emocionarse, entristecerse e incluso compadecerse.
El cine más que traducir el espacio urbano ayuda a conferir la integridad, contribuyendo al fortalecimiento de una historia y una memoria colectiva, en otras palabras, el cine más que contar historias fortalece prácticas y costumbres.
La actitud blasé, nos ha llevado a un individualismo que sólo busca la competencia y no la complementariedad, a olvidar que vivimos en ciudades donde la vida comunitaria y colectiva se debe gestar en el espacio público y no en el ensimismamiento del encierro, en nuestros espacios privados, en autos, casas y oficinas.

La ciudad contemporánea está inmersa en medio de este panorama, la sociedad mexicana apenas está comprendiendo que es urbana. ¿cómo le damos la vuelta a la actitud blasé?

Leer: Kuster, Eliana. El tedio de las miradas sin alma.
Revista Ciudades no. 83, julio sept 2009, RNIU, Puebla, México.

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